Hurtado García, Andrés. «Carlos Luis Fallas. Gentes y gentecillas». Excélsior (San José, Costa Rica), 28 de septiembre de 1975
La colección Nuestros Clásicos de la Editorial Costa Rica, acaba de publicar la segunda novela de Carlos Luis Fallas, aparecida ya en 1947. Mamita Yunai, Mi Madrina, Marcos Ramírez son obras del mismo autor.
Gentes y gentecillas sitúa la acción en «Pejibaye», una finca que fue bananera y que ahora se convirte en hacienda cafetalera. Hay un intento que yo calificaría de patriótico por llevar a la novela y darle categoría literaria a la vida de los humildes peones costarricenses que laboran la tierra, cosechan café y trabajan como jornaleros y que son y se sienten explotados, aunque esto último no es la intención primera del relato. Indudablemente hay fuerza narrativa potencial en las situaciones conflictivas de la vida diaria de los hombres de «Pejibaye», los héroes anónimos de la vida del país. La intención del autor, claramente se ve, no es mostrar a unos peones, sino a todos los hombres humildes de Costa Rica.
Cuando una obra quiere ser universal, se ha dicho siempre, y al parecer con sobrada razón, debe ser por extraña paradoja, enraizarse firmemente en un lugar concreto. Esto han querido hacer muchos novelistas y han fallado en el intento porque la tentación del costumbrismo les ha sido demasiado fuerte y han sucumbido a ella.
Una cosa es el alma del pueblo a lo largo de una creación novelística y otra la descripción de costumbres, que por definición es estática, pictórica, no narrativa. Y en el marco de las realidades cotidianas, extraliterarias, las mismas costumbres no se pueden confundir tampoco con el sentir del pueblo. Son una de tantas manifestaciones. Carlos Luis Fallas cae en esta tentación. Hay descripción de fiestas con música de marimbas como fondo, coplas anónimas, peleas a machete, borracheras, penas y desengaños de amor, historias colaterales, juegos y diversiones, algunos un tanto gratuitos, como la carrera de tractores por el cafetal, chismes y, sobre todo, muchos chismes de mujeres y queridas.
Carlos Luis Fallas rinde tributo a cierta narrativa americanista que hoy parece superada (no se olvide que Gentes y gentecillas apareció por primera vez en 1947), y que al exaltar los valores criollos se enamoraba de los personajes y su entorno, produciendo o bien modelos arquetípicos, o bien generando un relato no direccional, sino otro que yo llamaría habla de nadie en especial, sino de todo y de todos, no se dice lo que alguien hace, sino lo que se hace.
El resultado es una obra impersonal con nombres propios. De aquí que el costumbrismo, de suyo impersonal y generalizador, campee constantemente en el relato.
El uso de verbos en pasado y en presente no termina por acoplarse, y el segundo, el presente, produce un estancamiento del tiempo que desemboca en un relato que no avanza. Se diría que a veces el autor está presente y transcribe lo que ve, y otras veces se habla en pasado; pero sin razón válida para esta mezcla de esquemas temporales.
Víctor Manuel Arroyo, que prologa la edición de la novela, dice lo siguiente: «Según el criterio de algunos, es su mejor obra, aunque esto es discutible y difícil de determinar.» Y más adelante añade: «A Carlos Luis Fallas nunca le interesó lo que dijeran o pudieran decir de sus obras los críticos literarios…, ni tuvo jamás la preocupación de estar a la moda en cuanto a recursos y técnicas expresivas. Y esta fue una de sus grandes virtudes.»
El glosario puesto al final de la obra responde al deseo del autor de respetar el habla popular, los modismos y el vocabulario de sus personajes y de incorporarlos al mundo novelístico.